José de Villaverde es un viejo conocido de este blog. Hace unos meses protagonizó una entrada en la que era protagonista junto a su churrería, La Cafetería Belén. La particular forma de entender la vida de este antiguo camionero y hoy propietario de varios establecimientos en la zona de Villaverde Bajo, fue el motivo para escribir una divertida entrada en la que pretendía hacer analogía con el maravilloso personaje de Clint Eastwood en su último film, El Gran Torino.
Pues bien, todo personaje rodeado de luces, aunque sean de dudoso alumbrado, tiene su reverso. Ahora mismo me viene a la memoria la serie Hombre Rico, Hombre Pobre, protagonizada por Peter Strauss y Nick Nolte. Una historia de polos opuestos, némesis sacadas del más fantástico de los comics de superhéroes ó los cruentos reversos que a veces nos tiene preparada la vida.
José de Villaverde tenía empleado a un camarero en Belén para cuando él no podía estar en la cafetería.
Trabajaba unas doce horas al día y percibía poco más de 800 euros. Era bajo, menudo y con una sordera bastante considerable en algunos momentos...también era un buen hombre.
Cuándo iba a desayunar y no me encontraba a José, solía estar él, siempre pendiente de todo el aforo, de que no faltase de nada. Me preguntaba siempre si quería el café con leche caliente ó templada y siempre me ponía un poco de tortilla recién hecha.
Raro era el día en que no me preguntaba como estaba con un interés real, sin volver la mirada. En ese momento entablábamos algo de conversación y aprovechaba para contarme sus alegrías y sus tristezas, casi siempre pequeñas miserias acompañadas de un semblante triste y una mirada melancólica. Me hablaba de aquello que esperaba ser y nunca fue.
El caso es que este hombre, del que su nombre lamento no poder acordarme, un día de los muchos que nos encontramos en La Cafetería Belén, me contó una anécdota que no podré olvidar en mucho tiempo. De esas que se conservan intactas en mi memoria. Sucedió más o menos de esta manera:
Hace muchos años él trabajaba de camarero en un bar de el Barrio de Salamanca cercano al Retiro, si no recuerdo mal, situado en la madrileña calle de Claudio Coello. Hacían turnos rotativos en un equipo de cuatro personas. Dos de mañana y dos de tarde. El caso es que todos eran bastante jóvenes y bastante soñadores. Solían salir juntos de marcha, compartían romances con algunas chicas y algún que otro secreto inconfesable.
El tema es que el camarero empleado de nuestro José de Villaverde me contó un hecho singular que acaeció en uno de aquellos turnos de noche.
Estaba mi confidente recogiendo las mesas, los platos de la zona de restaurante y fregando el suelo antes de cerrar, su compañero, mientras, se dedicaba a recoger la basura para, posteriormente, tirarla al contenedor de afuera.
Una vez cargadas todas las bolsas de basura, salió para tirarlas. Al abrir uno de los contenedores, le llamo la atención una de las bolsas que había dentro. Entonces, recordó que uno de sus compañeros del turno de la mañana le había contado que estaban desalojando los muebles y el ajuar doméstico de una casa al fallecer una de las señoras mayores del inmueble.
Se trataba de una señora perteneciente a una familia de la nobleza castellana, que había caído en desgracia por las deudas de su marido. Sólo conservaba el piso y muchas antiguedades de épocas pasadas de esplendor. Al recordar esto no pudo más que sentir una enorme curiosidad, así que sin más vacilación dejó las bolsas de basura en el suelo y abrió la bolsa de plástico negra del contenedor. Dentro vio muchas fotos antiguas y una pequeña cajita de madera gastada. Durante unos segundos se planteó dejar la bolsa de nuevo donde la había encontrado, pero al final se decidió a abrir la caja. En su interior encontró unas cuantas piezas de bisutería a las que el óxido había hecho bastante mella. Además todas ellas estaban bastante sucias, envueltas en una especie de hollín.
"Seguro que limpiándolas podré tener un detalle con mi Julia", pensó en ese momento. Cogió unas cuantas y las guardó en un paño que tenía de cocina en el bolsillo del pantalón. El restó las depósito en la caja y la metió de nuevo en la bolsa. Al entrar le dijo al camarero de José de Villaverde, su compañero de turno, que " había encontrado una bisutería barata llena de mierda". Al día siguiente fue a una joyería para tasarlas y el joyero le dijo que con tal grado de deterioro y suciedad era imposible evaluar su valor, que había que mandarlas a limpiar. Hasta dentro de una semana no se podría saber si eran buenas o no.
Pasaron los días y el camarero de José, le preguntaba por las joyas. Él contestaba que no tenía noticia y que como pasara mucho más tiempo que se las podrían quedar. Así, hasta que un día le llamaron para que pasara a recogerlas.
En ese momento, a mi interlocutor se le humedecieron los ojos y el gesto se le encogió. Paró un poco y prosiguió contando la historia. El caso es que un camarero de un bar de El Barrio de Salamanca descubre un día al tirar la basura unas piezas de bisutería oxidadas y sucias, y una semana más tarde esas piezas, ya limpias, pasan a ser joyas de oro puro de 24 quilates y platino de ley.
Nada más salir, no se sabe lo que hablaría en la joyería, pero fue a su trabajo y solicitó la carta de despido. Cuándo fue a trabajar nuestro narrador ya no le encontró allí. Lo siguiente que supo de él es que estuvo varios meses dando la vuelta al mundo. Una vez de nuevo en Madrid, compró varios pisos en Villaverde, un ático de más de 300 metros cuadrados en la Glorieta de Alonso Martinez y montó dos bares con cuatro empleados cada uno, uno en Villaverde Alto y el otro en la zona de Ventas, al lado de la plaza de toros.
" La vida a veces puede resultar realmente caprichosa, si yo hubiese tirado ese día la basura, que nos turnábamos tarde sí, tarde no...si él hubiese desechado todas las piezas de bisutería...¡imagínate si llega a coger toda la caja!"
" El caso es que hace muchos años que no le veo, pero sé por un allegado suyo que no volvió a trabajar nunca más. Era compañero mío y yo que tengo más de sesenta años trabajo doce horas al día para ganar poco más de ochocientos euros al mes...así es la vida"
Asentí mirándole fijamente y no pude más que decir internamente:
"Efectivamente, así es la vida"
PD: José de Villaverde siempre se jacta de que su patrimonio y los bares que ha montado han sido fruto del esfuerzo de tantas horas al mando del volante de su camión. Un día de los que fui a Belén, su empleado me dijo que, aunque José no lo ha reconocido nunca, parece ser que le tocó la lotería, de la que era un jugador incondicional.
¿Qué casualidad, no?
PD: José de Villaverde siempre se jacta de que su patrimonio y los bares que ha montado han sido fruto del esfuerzo de tantas horas al mando del volante de su camión. Un día de los que fui a Belén, su empleado me dijo que, aunque José no lo ha reconocido nunca, parece ser que le tocó la lotería, de la que era un jugador incondicional.
¿Qué casualidad, no?
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