Aquellos días de adolescencia en los que iba junto a mis amigos al M3, el primer bar de copas al que asistimos asiduamente. Allí escuchábamos abundante y buena música. Llegábamos al principio de la tarde, con el olor a lejía y las luces de emergencia alumbrando el local. Nos apoyábamos en los guardarailes que acotaban su perímetro a modo de asientos y contemplábamos el local vacío. Ahí empezaban nuestras primeras miradas cómplices, el brillo en nuestros ojos.
Should Stay or Should i Go de The Clash, Sunday Bloody Sunday de U2, There's a light was never go out de The Smiths, canciones que aún hoy inundan mis bonitos recuerdos. Los de un tiempo que parecía detenerse y en él que seríamos eternamente jóvenes, porque también sonaba Forever Young de The Alphaville.
En el M3 empezamos nuestro camino desde la adolescencia a la etapa adulta: nos dejamos perder en aquella memorable fiesta del Vodka, donde el alcohol me dejó casi sin conocimiento. Alguna vez salí corriendo para coger el horizonte perseguido por mi amigo Mario Manzanaro. Alguna amiga se desmayó mientras Emmanuel y yo sólo teníamos ojos para una impresionante chica de pelo moreno largo y ojos penetrantes.
Y hubo un momento que entrar al M3 era toda una odisea, había que saludar a toda la parroquia fiel del bar que acudía todos los fines de semana. Ponían Entre Dos Tierras y bailábamos al ritmo del Rock, dejándonos la garganta aullando sus versos.
En el M3 también perdimos el cordaje que separa la sobriedad de la embriaguez, pero eramos felices a pesar de sentir el riesgo y la incertidumbre que sembraba el alcohol en nuestras venas. Tuvimos noches memorables de barras libre de cerveza, descontrol en la sala principal junto al pincha del bar y algún compañero caído en acto de servicio, como aquella memorable noche del Oui.
En el M3 caí al suelo al intentar la catapulta infernal junto a Emmanuel, nos tiraron hielos desde la barra junto a David y Arturo, aquellos memorables fantásticos del barrio de la Pili, por saltar incesantemente y me mantearon en dirección al cielo para dejarme caer y probar la elasticidad de mis huesos, entonces resistentes como el acero.
Aquellos días en los que deseábamos escuchar Baby I Don't Care para sacar mi guitarra imaginaria sin ningún tipo de complejo, donde cantábamos a nuestra chiquilla de Seguridad Social, con esos dos ojos negros que se clavaban en nuestros corazones como espadas.
Y nos enrollamos con alguna chica, y nos peleamos sin pretenderlo, muchas veces nos empujamos con otra gente y nos pedimos perdón de buen rollo. Y "El Bonjo" siempre prefería a Bon Jovi, por mucho que Luis Alberto le dijese que como Metallica no había nada. Y a pesar de la discusión nos chocaba los cinco tras enseñarnos los cuernos con los dedos de la mano.
Ya no se nada de Eva, con su pelo corto y su flequillo de cazo, siempre divertida y cálida, cercana y sensual. Aún recuerdo el día que me arranco los botones de mi camisa con la boca. Tampoco de El Toni, hincha radical del Madrid, espíritu libre y sin ningún escrúpulo. Aquel amago de cabezazo, con el que tiró a uno de los tipos de una banda que vino al M3 a alzar el cuello en busca de reconocimiento, aún surca mi memoria. Tampoco ha vuelto a aparecer en nuestras vidas " El Luna", un tipo afable con aire de rockabilly y sonrisa perenne, ni El Carlos, misteriosamente raptado por extraterrestres como castigo a los daños en una floristería y en más de media docena de retrovisores.
Afortunadamente, Emmanuel ya no tiene aquel enorme chichón que se produjo al impactar con la cabeza contra una señal tras uno de aquellos ataques de furia vital. Yo hace un tiempo que abandoné mi canción de "La Vida Pirata la Vida Mejor", que aprendí de " El Alifa", mi compañero de 2 de B.U.P.
Eva, del Liceo Saconia, hace mucho tiempo que ya no ilumina la oscuridad del M3 con sus preciosos ojos miel. Tampoco podemos reírnos con los sustos y excentricidades de Mario Patón. Mi amigo Emilio hace tiempo que dejó de buscar Sentencias de Muerte en los momentos más complicados, como aquel día que Irene se desplomó en el suelo y su padre vino a buscarla con el mayor de los recelos y las suspicacias.
El Espíritu del Vino, aquel fantástico Lp de Héroes del Silencio fue uno de los regalos de mi amigo Alberto en uno de aquellos cumpleaños celebrados en el M3 y yo estuve castigado durante meses por confundir a mi madre con mi compañero de clase Mario Manzanaro e intentar pegarle " una ostia gorra".
El M3 forma parte de aquellos maravillosos años de mi vida. Un tiempo que jamás quise que acabará, pero que pasó como una etapa dorada, siempre vista bajo el prisma subjetivo de los momentos mágicos que pude vivir con la gente que se cruzó conmigo en este maravilloso local del final de la calle Fermín Caballero de Madrid.
Sería una tarde-noche de abril de 1993, cuando fui por primera vez. Me acuerdo perfectamente: Emmanuel, Alberto, Sergio Bahón, Gema, la amiga de Irene, y Patricia Alonso fueron mis primeros compañeros de viaje entoces. Pedimos unos minis de Vodka con Limón en aquellos vidrios gruesos, que también conservaban la temperatura. Ese fue el primer trayecto de muchos más durante casi dos años y medio.
Aquellas noches de disfrute y entrega, de amigos y chicas deseadas, de minis de cerveza y de cubata en el M3.
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