miércoles, 5 de mayo de 2010

MEJOR SOLO QUE MAL ACOMPAÑADO




Desde hace muchos años, tengo en la memoria una película que vi cuando era adolescente. Generalmente, me han marcado más las películas que visioné cuando era más joven, que ahora que ya integro la generación de los treintañeros.


Tengo recuerdos inolvidables del Show de Alfred Hitchcock en las noches de la 2, ó de algunas de sus películas más memorables. También de las películas de Robert Redford y Paul Newman como Dos hombres y un Destino ó El Golpe.

Guardo, como tesoros de incalculable valor, los recuerdos de aquellas maravillosas comedias americanas de los años 80 con Richard Pryor y Gene Wilder: Dos locos de remate, El jovencito Frankenstein, La Mujer de Rojo, El Gran Despilfarro... en está última interviene también John Candy, protagonista de la película cuya analogía vengo a relataros hoy.

“Mejor solo que mal acompañado”, film dirigido por John Hughes en 1987, narra las peripecias de dos personajes: Neal Page- Steve Martin- y Del Griffith.- John Candy- El primero, ejecutivo fuera de casa que trata de volver a su hogar para celebrar el día de acción de gracias. El segundo, un vendedor de aros de cortina del baño que viaja infatigablemente por todo el país promocionando su producto. La película narra la aventura de estos dos personajes, provenientes de dos mundos muy diferentes, llena de contratiempos para llegar a sus casas. Sus personalidades contrapuestas, sus grandes dificultades de convivencia y sus antagónicas maneras de ver el mundo, van a propiciar situaciones hilarantes, desternillantes y graciosas hasta el extremo. En el fondo, lo único que les sostiene en su particular travesía, es que los dos son buenas personas, con un buen corazón, que intentan cultivar la empatía el uno con el otro, a pesar de que Neal en muchas ocasiones no dudaría en ahorcar a Del.

Pues bien, todos podemos ser alguna vez Neal, incluso Del, aunque esto último es más difícil, sobre todo por la magnífica interpretación que realiza John Candy: uno de los mejores actores de comedia de los 80, que nos dejó un mes de marzo de 1994.

A mi me tocó ser Neal. No tengo el talento de Steve Martin ni de lejos, lo que quizás sí que tenga, es una paciencia a prueba de bombas con los demás, que en numerosas ocasiones se vuelve en mi contra por no tener la determinación ni la mala ostia suficiente para parar los pies a la gente que se pasa de la raya conmigo. Ocurre que hay personas, como Del Griffith, a las que cuesta mucho ponerles en su sitio… ¡ y que no se muevan más!

Os cuento. Sería allá por el año 1999. Yo era estudiante de Económicas de la Universidad de Alcalá de Henares en Madrid. Corría el mes de Enero, a finales, y me encontraba inmerso en periodo de exámenes del primer cuatrimestre. Aquel día me tocaba examen de Derecho de la Empresa. El examen era a las cuatro y media de la tarde, por lo que tenía que salir con una hora y media de antelación debido a la distancia que hay entre Alcalá de Henares y Madrid y que iba en transporte público. Terminé de repasar por antepenúltima vez mis apuntes, comí, me vestí y bajé de mi casa en dirección al metro.

El metro está muy cerca de mi casa, así que tardé unos cinco minutos en llegar al andén. Tenía la misma sensación que Neal, la de querer llegar a un sitio en el que tienes que comparecer sí ó sí. En su caso era su propia casa en un día tan señalado como el de acción de gracias, en el mío un examen. Es la clase de día en el que no te apetecen distracciones, ni siquiera encontrarte con alguien, porque vas visualizando partes del temario en tus apuntes, deseando que caigan los temas que mejor te sabes ó simplemente queriendo un poco de tranquilidad, por lo menos es lo que me pasa a mí… pero aquel día no pudo ser, porque apareció mi Del Griffith particular.

Llegué al andén con la firme pretensión de pasar lo más desapercibido posible. Cómo dice mi amigo del colegio Javi Lancha, dispuesto a hacer “el gallina blanca” - aparentar que no ves a las personas que conoces, para no coincidir con ellos en el metro- a todo aquel que me conociese y quisiera acercarse a mí.

Caminé hasta pasada la mitad de la extensión del andén y me senté en uno de los bancos de piedra que pillaba a esa altura. Estaba leyendo los apuntes de manera casi compulsiva, cuando oí una voz que se dirigía a mí:


- Perdona, ¿Puedo sentarme aquí?-, la pregunta me sonó extraña, el banco estaba vacío y al sentarme yo en uno de los extremos, había espacio más que suficiente.

- Si, por supuesto- aún así, contesté cortésmente y con una sonrisa… que no llegó a desplegarse del todo. Cuando levanté la cabeza para mirar a la persona a la que estaba dirigiéndome, algo raro interrumpió mi maniobra de cortesía. No pude evitar sorprenderme por la vestimenta del individuo en cuestión, porque era un chico, de unos diecimuchos años. Llevaba una camiseta hawaiana muy florida, ¡a finales de enero!, acompañada de una fina cazadora gris, un pantalón de pinzas azul marino del estilo de los que se llevaba en la primera comunión, un cinturón rojo chillón y unas botas de trekking. Al principio fue una intuición, que más tarde confirmaría, pero me pareció un conjunto demasiado extraño para una persona normal.

- Muchas gracias, es todo un detalle por tu parte- la segunda frase que intercambió conmigo incrementó mi sensación de recelo. Aún así, ni por lo más remoto imaginé, en ese momento, que persona tenía entre manos.

- No pasa nada- esta vez levanté la mirada a medias. No quería distraerme demasiado de mis apuntes. De mi escudo al mundo externo hasta la hora del examen. Escudo que pronto se resquebrajaría. Neal no conocía a Del, no sabía de lo que era capaz. Yo no tenía ni idea de quién era el chico que se había sentado al lado mío.

- Perdona, ¿puedo hacerte una pregunta?- volvió a interrumpirme. Ahora sí que consiguió que dejase mis apuntes de lado y me fijase en él. Era rubio, con flequillo de niño bueno, los ojos azules muy pequeños y la piel morena. Me miraba con una extraña y desconcertante sonrisa. De esas que no sabes si encierran alguna intención desconocida o es lo que ves. Mi primera impresión fue ver a un niño tímido e inocente, con la mirada de un delfín y la sonrisa de un pequeño demonio.

- ¿Qué pregunta quieres hacerme?- me puse conciliador en ese momento, a pesar de mi incertidumbre.

- ¿Tú tienes amigos, verdad?- sí, ¿Y a ti que coño te importa?, pensé. Como Steve Martin, puse mirada asesina pero asentí impasible.

- ¿Cuánto tiempo sueles esperar a un amigo cuándo quedas con él?- tema polémico, porque tengo la extraña virtud de ser puntual.

- Pues no se, como máximo una media hora, si sé que es buen amigo y se ha comprometido a venir puedo esperar más…

- ¡Qué mal amigo eres!-, mi razonamiento había quedado interrumpido bruscamente. A pesar de la sentencia, que era reprobatoria, se me quedó mirando fijamente, sin perder su extraña sonrisa- yo cuando he quedado con un amigo, soy capaz de esperar lo que sea. Si hay que esperarle toda una tarde se le espera. La amistad es algo muy bonito e importante- ahora si empezaba a ver a Del Griffith, aunque un Del no demasiado gracioso, más bien extraño y preocupante por momentos.

- Pues si tienes que esperarle tanto tiempo, seguro que no es tan buen amigo. Un amigo no te tiene esperando por que sí.- decidí dejar la cortesía y empezar a marcar mi personalidad.

- Mira, yo llevo aquí en el andén del Barrio del Pilar dos horas esperando a un amigo mío. Le dije ayer: “¿Dónde te espero?” y el me dijo: “ En el andén del metro, que si no te pierdes”. Yo pienso que no tengo por qué perderme, el Barrio del Pilar no es tan grande- no, que va, tiene casi un millón de habitantes, después de Vallecas es el más grande de Madrid, pensé-¿Tú que opinas?, por cierto… ¡a lo mejor le conoces!, se llama Juan.- Esto empezaba a parecerse a un interrogatorio, demasiadas preguntas.

- El Barrio del Pilar es muy grande, como no me digas nada más de él..., déjalo, aunque me lo digas, no le voy a conocer – Empezaba a cansarme del chico, demasiado pronto.


Afortunadamente, me salvó la campana ó eso creí yo, ingenuo de mí. El metro irrumpió en el andén. ¡Menos mal!, pensé, se acabó. Inicié una trayectoria divergente para separarme de él. Ya estaba empezando a calcular la entrada a un vagón distinto de donde se encontraba, cuando escuché de nuevo su voz. Parecía la intercepción de un misil.

- ¡Oye!, ¡espera!, ¿Puedo ir contigo?

- Mira, yo voy a Alcalá de Henares a hacer un examen. Además, ¿Tú no estabas esperando a tu amigo Juan?- está es infalible, pensé… ¡qué ingenuo de nuevo!

- Me has convencido, no voy a esperarle más, si es mi amigo que se preocupe por mí- mis ojos tuvieron que reflejar a la fuerza mi cara de incredulidad

- ¡Económicas!, esa es una carrera muy interesante, ¿No?- No le contesté y me limité a subir al vagón y encontrar asiento. A lo mejor con mucha suerte para mi solo. Los hados no estuvieron de mi lado, porque se sentó enfrente de mí.

Del Griffith -John Candy- era inagotable, durante la película hace una demostración de incontinencia verbal, de una natural falta de decoro y una expresión libre de su personalidad más allá de la frustración más castrante. Neal Page- Steve Martin- no da crédito a lo que ve, cada cosa le sorprende y le enerva más que la anterior. Sería algo así como una olla a presión a punto de estallar…pero que no estalla. En parecida situación, sin a penas darme cuenta, empecé a encontrarme yo.


- Tú seguro que has dado Contabilidad en la carrera, ¿Verdad?

- Sí- conteste a desgana y mirándole de manera inquisitiva, a ver si podía traducirme la expresión: ¡Qué coñazo de tío!

- La contabilidad es una asignatura muy importante, con ella puedes saber la situación real de una empresa, ¿No?

- Sí, es muy importante, una de las más practicas- ya me pasé de dialogante, volvió a crecerse.

- Yo tengo contabilidad, me parece realmente muy interesante. Lo único que en FP de administrativo, que es lo que hago yo, la gente no se toma la asignatura muy en serio. Tengo una compañera que aprecio mucho, sin embargo la tía pasa de la asignatura. El otro día, media clase se fue de peyas y va ella y me dice: “ Tío vente con nosotros, esto es un coñazo, además nosotros ya aprendimos a contar en EGB”, y yo le contesté: “ tía, yo quiero aprender contabilidad, me quedo. Y tú haces muy mal yéndote, que lo sepas” y va la tonta y me contesta: “Pues ala, tu mismo, que te den”, y yo le dije: “pues que te den a ti”. ¿Hice bien verdad?, ¿tú que hubieses hecho?, ¿te hubieses ido ó te hubieses quedado?- no daba crédito a lo que estaba escuchando. Las personas que compartían con él su fila de asientos en el vagón de metro, comenzaron a mirarme con la expresión de: “¿De dónde lo has sacado?”, lo que me metió más presión y enfado ante la situación. A alguno no pude más que devolverle una sonrisa de rendición, de “ no puedo con él, lo reconozco”. En está ocasión no le contesté, me limité a mirarle con cara de pocos amigos. Afortunadamente empezó a entra más gente al vagón de metro, algo que para nada contuvo su incontinencia verbal y descaro innato.


El vagón de metro se llenó, todos los asientos estaban ocupados. Llegó la siguiente parada, Cruz del Rayo. ¡Sólo quedaba una para Avenida América, increíble!, hasta las torturas más crueles se pasan rápido. De todas formas, lo mejor- ó lo peor, según se mire- estaba por llegar, lo más inaudito. Los vagones de la línea 9 del metro de Madrid son bastante largos, unos 20 metros de longitud diría yo a ojo. Al llegar a la parada de metro de Cruz del Rayo, el asiento que estaba a su lado se quedó vacío, yo empecé a hacerme el longui, distrayéndome con los apuntes para que no me invitase a ir a su vera. De pronto, un grito estridente interrumpió mi maniobra:

- ¡Señora!, ¡señora!- levanté la cabeza y lo primero que vi es a los integrantes de la fila de asientos de enfrente, donde se encontraba él, mirándome con cara de sorpresa. Yo les devolví la mirada y la intención de desmarcarme de él en ella. Él empezó a gritar a una señora que había entrado por el otro extremo del vagón y que se había quedado de pie al no haber asientos libres.

- ¡Señora!, ¡aquí hay un asiento libre!, ¡venga!- la señora al principio intentó hacerse la despistada, pero tuvo que ceder ante la llamada de mi “ Del Griffith particular”, que tenía expectantes a todas las personas que se encontraban en el vagón por el desenlace de la situación. La señora mayor, de unos sesenta y pocos años, elegantemente vestida con un fular de remate, cruzó de manera serena y un poco vergonzosa el vagón hasta llegar al asiento libre. Una vez allí, soltó un delicado gracias y se sentó. Yo presencié la escena y, por un momento, creí ver aquellos documentales de la 2 en los que los grandes depredadores realizan maniobras de camuflaje y atracción de sus presas en la sabana africana. ¡Pobre señora infeliz!, pensé, aunque tengo que confesar que lo que pasó a continuación desbordó todas mis previsiones.

En “Mejor solo que mal acompañado” Del Griffith- John Candy- resulta insoportable, excesivo y desesperante para Neal Page- Steve Martin-, pero tiene una característica encomiable si se hace el esfuerzo de apreciarla: su fidelidad y compromiso incombustible hacia su compañero de viaje. Fidelidad que le granjeará cierta correspondencia y una amistad verdadera en las postrimerías del film por parte de Neal, el “quemado” ejecutivo. Algo que por fortuna no pasó con mi compañero de viaje.

Ante la sorpresa de todos: de mí y de sus compañeros de fila de asiento, ya fieles seguidores de sus andanzas, fue sentarse la señora y algo mágico sucedió:

- Señora, ha hecho bien en sentarse, aquí hay un asiento libre y no se puede desaprovechar.

- Gracias hijo, eres muy amable- contestó acorde a su educación y compostura

- Por cierto, ¿Puedo hacerle una pregunta?- En ese momento le miré y aún hoy, diez años después, recuerdo ese instante. Fue como darle a rebobinar a la cinta de video y volver a nuestro encuentro inicial en el andén del metro de Barrio del Pilar. Aún recuerdo las miradas que cruce con las personas que estaban a su lado, personas que no volví a ver jamás. Aún así, no he podido olvidar sus expresiones de asombro e incredulidad

- Claro que sí, dime hijo- la señora accedió a la petición que yo había accedido cuarto de hora antes.

- Cuándo ha quedado usted con una amiga y ve que se retrasa. ¿Cuánto suele esperarla de tiempo?- ahora sí que estaba ante Del Griffith en todo su esplendor, ahora el discípulo había superado al maestro y la realidad a la ficción. Un halo de preocupación atravesó mi mente. Recordé que John Candy fue un gran comediante y Del Griffith un personaje de ficción. Esto, al contrario que en la película, estaba sucediendo de verdad. No me dio tiempo a pensar más, el cartel de Avenida de América asomaba a través de las ventanas del vagón, que hacía su entrada en la estación.

Me levanté rápidamente, no intercambié ninguna mirada más con nadie. Perdí de vista a mí Del Griffith y a su nueva acompañante, tan sólo oía su conversación, que se mantenía. Mejor dicho, empecé a oírle sólo a él. El vagón se detuvo y las puertas se abrieron. Salí de los primeros, dispuesto a coger una buena posición con la que enfilar la salida hacia las escaleras mecánicas. Con la firme intención de librarme de él. Comencé a subir las escaleras y cogí un buen ritmo. A la mitad de la subida me giré para ver donde estaban mi Del Griffith y la señora. Se encontraban en la mitad de la hilera de gente de la escalera mecánica. Pude ver cómo él seguía hablando y ella escuchando aparentemente atenta.

Decidí continuar mi marcha sin volverme hacia atrás. Les perdí de vista. A los 5 minutos llegué al intercambiador de autobuses de Avenida América y esperé hasta coger "la conti" en dirección Alcalá de Henares. Llegué a la universidad e hice mi examen. Durante unos minutos antes de empezar y después de terminar, me acordé de mi Del Griffith particular. El destino nos había separado mucho antes que en la ficción. Sin duda, el corto viaje por el metro, a diferencia de una travesía por varios estados de norteamérica, no ayudó a crear el más mínimo vínculo de amistad y compromiso entre nosotros. Afortunadamente, aunque creo que hubiese sido imposible. En ningún momento apareció el menor atisbo de empatía entre los dos.

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